Si, fue un día algo frío, a entradas de invierno. Húmedo, un día en que había llovido hasta hacia pocas horas. La ceremonia, a realizarse en el cementerio de un pequeño pueblo costero, no era otro que dar definitiva sepultura a tres personas, fallecidas ya hace muchísimos años. El terremoto recién acecido había dejado literalmente en tierra las tumbas. Los ataúdes se dispersaron junto a sus osamentas correspondientes.
El retorno a la capital no fue como cualquiera de los innumerables retornos ocurridos por más de 50 años. Una débil llovizna y la oscuridad de la tarde, hicieron lento el viaje. El nutrido dialogo de los otro tres viajeros, de pronto se alejó hasta hacerse imperceptible. Una espesa niebla inundó el camino, el silencio se hizo tan presente que solo desde una lejanía indefinida solo el murmullo del motor del vehículo, se hacía notar. Se silenciaron también los sentidos y en lo profundo del alma, en el rincón de los recueros se generó una visión mágica de difícil descripción. Ahí en la humedad del suelo de aquel malogrado campo santo, estaban ellos todos de pie, con caras trasparentes, tranquilas. Con ojos plenos de amor, calidez y alegría, interpretando himnos y plegarias de agradecimiento a la vida y a Dios, por estar dando una nueva sepultura a restos óseos de aquellos viejos que con tanto cariño y esfuerzo cimentaron la estructura familiar. Y ahí tomados de la mano están dando testimonio de una fuerza espiritual de una dimensión tan potente y embrujante como el terremoto mismo. El sinuoso camino y el silencio continúan, los recuerdos siguen envolviendo los sentimientos. La niebla del camino se mezcla con una repentina niebla en el campo santo, sin duda algo extraño quizás esperable. Un sinfonía indescriptible de humedad, frio, y de pronto un tibio sol. Una breve brisa y el cementerio vuelve a iluminarse y en la medida que la niebla se disipa, miro hacia el nicho de mis padres, emplazados en frente de la ceremonia en curso. Y ahí están, ambos tomados de la mano, sonriendo, dueños y complacidos de un espectáculo creado por ellos. No escucho oraciones ni escucho cánticos ni la voz del celebrante. Solo los escucho a ellos, como los escuchaba alrededor de mi lecho cuando velaban mis enfermedades. Veo sus miradas, me veo en el fondo de sus ojos dormidos. Acojo sus rostros y me los quedo acurrucados en mis retinas. Y ahí están sentados de la mano viendo sus obras, que cumpliendo un ritual necesario, les recuerdan y les cantan “a la orilla de un palmar”……..Y la niebla del camino, se escabulle en la noche, algunas nubes se van en retirada dejando ver en la cima de la oriental cordillera la imagen de una luna formidable, que ilumina el camino haciendo también volver el ruido del motor y las palabras de los acompañantes.
El camino, la tarde oscura, la llovizna, la niebla y el entumecimiento del alma, el recuerdo, los sueños, las osamentas, las plegarias y cánticos, el amor, el cariño, los sentimientos, la comunión, la comprensión, el perdón, la niebla, el ruido del motor, aquellos viejos, la muerte, el dolor de la ausencia, nuestros padre ya idos sentados en el balcón de la vida……………un sueño.....
Yo creo que fue obra de ellos.
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